Silencio. Años que pasan, muertos que
se acumulan y heridas que no se cierran.
Una ceremonia de beatificación en el
Vaticano. Una profesora que prepara un libro sobre la historia de las
escuelas rurales y encuentra por azar un cuaderno manuscrito: una
larga carta de un maestro hacia su hija, cuarenta años atrás. Un
secreto y una doble vida.
El pueblo de Torena, en el valle del
Pallars, en Lleida. Allí conocemos al alcalde falangista, al
maestro, a la señora de la familia más rica. Es la inmediata
posguerra, en muchas casas lloran a sus muertos y aprietan los
dientes cuando tienen que mirar hacia los verdugos, que viven en la
calle de enfrente. Nadie olvida, los años pasan, las venganzas se
suceden y cada vez hay más muertos y más rencor.
Esta es una novela larga, construida
sobre al superposición de distintos planos temporales que nos
explican el futuro y el pasado de cada personaje. Nos habla de
fidelidades y de traiciones, de venganzas y rencores, de crueldades,
de héroes, de mártires. De poder, de estrategia, de dinero. De
vencedores y vencidos. Del recuerdo y el poder de la memoria. De
manipulación. De los que consiguen los que quieren y los que se
quedan por el camino: “nunca dejes de hacer lo que tienes que hacer
si crees que tienes que hacerlo”.
A mí me ha gustado bastante. Es una
novela absorbente, muy poblada, con un par de puntos álgidos que
realmente me han sorprendido. Me quedo con la fascinación que es
capaz de ejercer Elisenda, auténtico motor de todo lo que consigue;
y sobre todo, con los Serrallac, padre e hijo, que evolucionan la
figura del enterrador filósofo y la transforman en artista. Para mí,
la confesión de Elisenda con su tío fue de esos impactos que te
hacen cerrar el libro y pensar “no me lo puedo creer”. Ya me
contaréis qué parte os ha gustado más.
“¿Sabes, hijo? Los cementerios de
los pueblos pequeñitos siempre me han recordado a las fotos de
familia: todo el mundo se conoce y está quietecito, uno junto al
otro para siempre, cada cual mirando hacia su sueño. Y con los odios
desorientados por tanta quietud”. (p. 599).
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