viernes, 25 de abril de 2014

La cuarta señal

José Carlos Somoza, Minotauro, 2014.

Imaginen un mundo con una versión virtual en la que cada individuo se conecta diez o doce horas al día. Un mundo virtual donde cada persona escoge cuántos alias quiere tener, cómo son físicamente, que permite trabajar (y ganar dinero real), que permite disfrutar de todos los placeres porque la conexión implica una diadema con la que conectarse cerebralmente, y al hacerlo, que percibamos sensaciones, olores, gustos. Frío. Éxtasis. Dolor. En la propuesta de Somoza, ese mundo virtual se llama Órgano y ha conllevado la salida de la crisis económica, a la vez que ha construido otro modelo de sociedad, donde cada individuo puede obtener lo que desea, convertirse en lo que quiera, sin ataduras morales ni consecuencias; pero donde nadie tiene que ser lo que parece, donde todo puede ser una mentira.
María, madre soltera de una niña de once años, se niega a entrar en Órgano, pero después de dos años en paro no puede resistirse a utilizarlo como opción para encontrar empleo. Al hacerlo, conocerá a personajes atractivos e interesantes, e incluso empieza a enamorarse de alguien. Pero a la vez, sin ser consciente, se adentra en un juego de grandes dimensiones, donde la música de Bach, la matemática y el poder se unen en una conspiración para controlar Órgano, y con él, la sociedad en su conjunto.
Novela de aventuras en su variante futurista, tiene un gran principio, pero se va desinflando de manera progresiva. Mantiene la atención pero según avanza uno empieza a cansarse, y se estira tanto el final que es fácil desfallecer. Sin embargo, la propuesta de Órgano y todas sus posibilidades son muy interesantes, y conllevan un espejo en el que mirar aquello en lo que nos estamos convirtiendo. Entretenido, pero flojo al final.


viernes, 4 de abril de 2014

París no se acaba nunca

Enrique Vila-Matas, Anagrama, 2006.

Que Vila-Matas me parece uno de los mejores escritores españoles vivos, muchos ya me lo habrán oído decir. Ahora iré más allá, y añadiré que éste es un libro fantástico, absolutamente recomendable para todo aquel con interés cultural, con gusto por la ironía y con cierto aire (o sorna) afrancesado. Así que nadie espere una reseña imparcial, porque me declaro rendida desde el principio.

El narrador comienza confesando que siempre ha querido parecerse a Hemingway, su ídolo de juventud, aunque nadie le encuentre el parecido con él. Emulándole, viajó en su juventud a París; pero al contrario que el americano, el narrador fue allí "muy pobre y muy infeliz". El libro, que pretende ser una conferencia de tres días sobre la ironía, es una revisión de sus años de juventud, de sus temores e incertidumbres como narrador novel, de los consejos que va adquiriendo de los autores con los que se cruza (especialmente, con los de Marguerite Duras, su casera), de la desesperación impostada o real, y en fin, de tantos personajes que vivían en los setenta en París, de los libros que leyó, las películas que vio, y todo aquello que le permitió pensar en algo mientras se tumbaba en su buhardilla.

Divertido, con la profundidad a la que nos tiene acostumbrados, ameno y reflexivo a la vez, este es de los libros que dejan huella. Ábranlo. Lean la primera página, y si nos los atrapa desde el principio, no tiene sentido seguir. Pero si le encuentran la magia, acomódense, porque el viaje merece la pena.

Iris.