Este breve librito recoge una conferencia que Saramago impartió en el 2005 en la Complutense para invitar a reflexionar sobre el papel de la universidad en la sociedad. Habla de la perversión del lenguaje, de la diferencia entre educación e instrucción, de la falta de educación como consecuencia de que la familia y la sociedad no se ocupan de ello, de la imposición del poder económico sobre el político, de las utopías... La universidad no debe ser una fábrica de licenciados en masa, sino un lugar de reflexión y confrontación de ideas. Educar en valores cívicos. Busca despertar nuestro sentido ciudadano, en el que nos sentimos parte de la sociedad, intentamos cambiar lo que no está bien, nos implicamos con nuestro entorno y exigimos a los gobernantes responsabilidad en sus funciones.
Es una lectura muy interesante, que no nos roba tiempo pero cuyas ideas quedan rondándonos en la cabeza, y despierta ternura oírle hablar de la juventud y del futuro, ya entonces consciente de que no le quedaba mucho tiempo de vida.
Este es el problema, familia y sociedad en crisis, desmembrada una, perpleja otra; por tanto, en esta situación, la única salida que se ve en el horizonte es la escuela: el último refugio, la última esperanza.
Sin embargo la escuela no puede educar, no tiene los medios, no sabe, no nació para eso; sustituir lo que sería la responsabilidad y la competencia de la familia y también, de alguna forma, de la sociedad, no tiene por qué recaer sobre la escuela y los profesores, porque esa no es su misión.
A la escuela, sea a la primaria, a la secundaria o a la universidad, llega lo que la sociedad está produciendo, y si vivimos un proceso de deseducación sistemático y profundísimo, donde los valores se trastocan y uno a veces cree habitar en la selva, el producto humano -ahora se diría así, producto- con conocimientos científicos recibidos en la universidad, científicos o literarios, de alta calidad, puede estar totalmente deseducado...
Hablamos de un caso extremo, porque lo normal es que ni la preparación científica o literaria sea tan buena, ni la deseducación tan extrema, pero la caricatura ayuda a entender el retrato.
Absolutamente recomendable.
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