Amor en Venecia me ha gustado bastante. Un periodista inglés, cuarentón, aburrido de su trabajo, es enviado a Venecia para entrevistar a la madre de una cantante a la vez que cubre la Biennale. Le emociona la perspectiva de una fiesta continua. Allí encontrará un calor infernal, muchos conocidos, litros de alcohol, drogas en abundancia, exposiciones y una mujer hermosa con la que mantendrá un breve romance. Narrado en tercera persona, con diálogos brillantes, tiene toques de humor y un estilo muy fluido que denota su conocimiento del oficio.
Muerte en Benarés me ha gustado menos. Nuestro periodista viaja a la India para cubrir un reportaje sobre sus hábitos funerarios. La ciudad le fascina y decide quedarse indefinidamente. Allí se dedica a pasear y observar: el caos, la luz, la afluencia, los colores, los templos, los monos... Todo lo sorprendente tiene espacio y nada parece sorprender. Los días van pasando y su actitud indolente evoluciona hacia una pasividad en la que su yo va desapareciendo, un estado similar al de los santones meditativos que le rodean. Ahora bien, a mí este cambio me ha resultado difícil de seguir. Jeff se relaciona cada vez con menos gente, cada vez está más delgado y cada vez desea menos las cosas, pero el lenguaje con el que pretende transmitir la filosofía que sigue es contradictorio en su afán por abarcarlo todo, por transmitir lo habitual de la contradicción, por orientalizar la mirada occidental. A medida que Jeff deja de ser un turista para convertirse en un habitante, su discurso cambia, pero el lector no comprende el cambio. Las cosas cambian, pero no sabemos cómo ni hacia dónde.
Es una lectura entretenida, sobre todo la primera parte, pero no imprescindible, salvo quizá para amantes de Venecia o de Benarés.
No hay comentarios:
Publicar un comentario