miércoles, 23 de junio de 2010

El Palacio de la Luna

Paul Auster, Anagrama, 1996.

"Fue el verano en que el hombre pisó por primera vez la luna. Yo era muy joven entonces, pero no creía que hubiera futuro. Quería vivir peligrosamente, ir lo más lejos posible y luego ver qué me sucedía cuando llegara allí. Tal y como salieron las cosas, casi no lo consigo. Poco a poco, vi cómo mi dinero iba menguando hasta quedar reducido a cero; perdí el apartamento; acabé viviendo en las calles. De no haber sido por una chica que se llamaba Kitty Wu, probablemente me habría muerto de hambre. La había conocido por casualidad muy poco antes, pero con el tiempo llegué a considerar esta casualidad una forma de predisposición, un modo de salvarme por medio de la mente de otros. Esa fue la primera parte. A partir de entonces me ocurrieron cosas extrañas. Acepté el trabajo que me ofreció el viejo de la silla de ruedas. Descubrí quién era mi padre. Crucé a pie el desierto desde Utah a California. Eso fue hace mucho tiempo, claro, pero recuerdo bien aquellos tiempos, los recuerdo como el principio de mi vida".

Así comienza El palacio de la Luna, y conviene releer este párrafo una vez terminada la obra, pues no sólo es un resumen magnífico del argumento, sino la explicación de los vínculos entre las diferentes etapas de la narración: me pasó todo esto, eso me convirtió en el hombre que soy, a partir de aquí empecé otra vez. Pocos personajes con relaciones muy estrechas, juntados por ese azar o predisposición, que van modelando la vida del narrador, una montaña rusa llena de altos y bajos donde la soledad, la percepción, el conocimiento y la dicha se alternan constantemente. Varios aspectos me llaman la atención, porque se utilizan como armazón estructural: el conocimiento de los orígenes en la edad adulta, la orfandad, los libros como herencia (Víctor se los lega a M.S., Thomas Effing lo escribe para Julian, M.S. escribe la obra que leemos), la creación artística como forma de expresión (Kitty baila, Effing pinta, Julian y M.S. escriben) la volubilidad de lo material (tener un lugar donde dormir, conseguir dinero). Los personajes se dedican a vivir, a hacer lo que les gusta, lo que creen que deben hacer o simplemente se entretienen, porque o bien tienen dinero, o bien se lo regalan, o bien toman trabajos esporádicos, pero ninguno construye mientras es el foco de la narración una rutina laboral que le permita ganar dinero de forma constante y crear a la vez vínculos con otros seres humanos. Son, casi todos, personas muy solitarias, que generalmente no se sienten así, excepto en los momentos en que se quedan completamente solos.
Hasta el momento había leído, en este orden, El libro de las ilusiones, Un hombre en la oscuridad y Brooklyn Follies. A todos les encontraba rasgos brillantes, pero en todos echaba algo en falta, una estructura más armada, una narración en lugar de hechos sueltos. Aunque El Palacio de la Luna adolece en parte de los mismos defectos, es la obra que más me ha gustado, me parece más entretenida y más redonda. Aunque sigo sin comprender el origen de la fama de Paul Auster, y aunque sigo sin contarle entre mis autores favoritos, este libro me ha reconciliado con él. Creo que es el mejor de los que he leído para aquellos que se acerquen al autor por primera vez.

"A eso es a lo que se reduce la historia, creo. A una serie de oportunidades perdidas. Teníamos todas las piezas desde el principio, pero nadie supo encajarlas".

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