
Dos son para mí los hallazgos de
la novela: la protagonista, una mujer mayor de tremenda vitalidad, fuerte,
independiente, de esos roles que uno rara vez encuentra en la literatura; y sus
reflexiones sobre pintura cuando Helena da consejos a un joven artista que busca
su aprobación, que nos presentan las diferencias del arte respecto a la
literatura, y que nos ayudan a entender qué es relevante en un cuadro, qué se
quiere transmitir, ya que no admite ni metáforas ni generalizaciones.
La novela está narrada en varios
tiempos, alterna la etapa actual con distintos momentos del pasado, en parte
evocados por los objetos de las cajas, en parte porque el narrador omnisciente
nos va dando pinceladas de la vida de sus padres, en lo que son para mí los dos
esquemas más forzados de la novela: por un lado, la múltiple información a la
que tiene acceso el lector que Helena desconoce (cómo fue la juventud de sus
padres, cómo se desarrolló su matrimonio…) y por otro, la lentitud con la que
se desgrana el contenido de las cajas, algo difícil de entender porque no son
tan grandes, contienen fotos y carpetas cuya lectura en profundidad puede
llevar algo más de tiempo pero que en una primera ojeada deberían descubrir sus
secretos.
Novela
ágil, de ambientación bien construida en el tiempo – notable relevancia en el
argumento del germen y desarrollo de la guerra civil, y del papel del padre
como hombre de Franco en Marruecos - y
en el espacio – bellas descripciones de Madrid y sobre todo de la finca
familiar, La Mora, en Rabat – engancha y resulta entretenida. Me parece un acierto el
principio, y aunque a veces roza el folletín, la trama es tan interesante que
se gana ese margen.
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