La marca del meridiano, Lorenzo Silva,
Planeta, 2012
Me niego a entrar
en la controversia que siempre rodea al premio que cada año da el ente supremo
de la barba. Pero no me resisto a decir que no sólo estoy encantada sino
encantadísima con los ganadores de esta edición. Desde hace tiempo Lorenzo
Silva es uno de mis autores de cabecera, y aunque ha sido galardonado en varias
ocasiones no detecto que sea uno de los escritores de los que más hable el gran
público, y como mínimo me parece injusto. Pero tranquilos todos que ya estoy yo
aquí.
La marca del meridiano es la séptima
entrega de la serie de Vila-Chamorro. Y como en las anteriores no sólo no
decepciona sino que crea afición. Han pasado ya varios años desde que esta
pareja de dos tan bien avenida, casi siempre, trabajan juntos.
Rubén roza los
cincuenta, está desazonado, de bajón, sin ilusiones y viendo cada vez más cerca
una posible retirada digna como fin al desengaño. Vir, mi Vir, es una mujer más
serena, de las que llegan a la cuarentena sumando capacidades, ganando
atractivo y sin perder ni un ápice de rectitud ni convicción. Pero el muerto
que tienen ahora encima de la mesa no es uno más, es uno de los suyos, un
subteniente de la reserva a cuyos pechos se crió el jovencito Bevilacqua
durante su destino en Barcelona, lo que complica aún más la carga de compromiso
personal que suelen poner en cada caso.
No destriparé más
porque algunos como Óscar aún están leyendo, pero a la sombra de la muerte de
Robles Silva habla de pasado y presente; de las eternas luchas entre Madrid y
Barcelona; de ese meridiano que no
sólo separa latitudes sino que marca
y diferencia; de esos errores que todos tenemos en nuestro expediente y que
solventamos con más o menos suerte; de la ETA beligerante de hace años; y del lado oscuro
de todo grupo humano.
Vila oculta sus
debilidades hasta donde puede, se indigna, lucha contra los malos, defiende a
los suyos y apuntala así ese honor en el que cree. Pero con la mochila de los
años y las dificultades, y ante la mirada sabia y paciente de Chamorro, se
desmorona por fin, se quita la armadura y se permite licencias sentimentales
que explican tanto. Virginia, por su parte, ha crecido en bagaje y ha relajado
la tensión de las mandíbulas, sabe leer en él, intuye sin cambiar el gesto y se
humaniza cuando es el hombro sobre el que llorar. Es más dulce, está más segura
y se libera, incluso, de las ataduras morales y los prejuicios injustificados.
Silva ha sabido dar
continuidad a sus personajes haciéndoles evolucionar, dándoles sus tiempos y
sus espacios, y eso casi siempre es una garantía. A la ironía, el sarcasmo y el
humor negro une reflexiones íntimas, referencias culturales (ay Battiato),
tramas bien construidas y un lenguaje que da un paso más, que ha ganado el complejidad
y capacidad, que subordina con gracia sin dejar de ser comprensible y que se
aprecia elaborado y en superación continua.
Quizá me pueda la
pasión, pero es que para mí es ahora mismo uno de los mejores, así que le
seguiré por tierra, mar y aire, y a todo el que me pregunte le recomendaré con
ahínco.
Me quedo, sin duda,
con el abrazo
El mejor Silva
Leedlo siempre
Virginia
Te has salido en la reseña guapa. Me dan ganas de darme un atracón de policíaca para llegar a ésta.
ResponderEliminarCarolina