Arturo Pérez-Reverte, Alfaguara, 2012.
La nueva
novela de Pérez Reverte se mueve básicamente en tres tiempos y a
través de dos personajes: Max Costa, bailarín, gigoló, ladrón de
guante blanco, buscavidas; y Mecha Inzunza, bellísima, de alta cuna,
inteligente y amiga de buscar los límites. Ambos se conocen en los
años veinte en un transatlántico rumbo a Argentina, donde Mecha
viaja en primera clase acompañada de su marido, el famoso compositor
de tangos Armando de Troeye, y donde Max trabaja como bailarín
mundano; se reencuentran nueve años después en Niza, mientras
transcurre la guerra de España y Europa parece descomponerse; y se
vislumbran mucho después, cuando ambos son ya sexagenarios, en
Sorrento, en la costa italiana. Qué ocurre en cada una de esas
ocasiones, qué se dicen y qué se callan, es lo que cuenta este libro.
Es
entretenida y fácil de leer. Tiene una ambientación magnífica y
describe al detalle lugares, atuendos, sonidos, olores. Sin embargo,
a mí se me ha quedado corta, aunque no sabría decir bien por qué.
Es como cuando sales del cine y dices “qué fotografía tan
bonita”, e inmediatamente el otro piensa, “o esa, que no te ha
gustado”. Y es que hay novelas en las que con demasiada rapidez veo
el ensamblaje, analizo qué opciones escoge el autor y cuáles
desecha. Cuando, sin ni siquiera planteármelo, la estructura de una
obra está tan presente, es que no he conseguido entrar en la
historia.
Creo que
consigue bien el toque canalla, que recrea magníficamente un mundo
que ya no existe, en el que el tamaño del puño de la camisa que
asoma bajo la chaqueta y la posición del pañuelo podían ser
determinantes para conseguir un objetivo. Ayer le oí decir en una
entrevista que le interesaba sentar a dos personajes en su etapa
otoñal a conversar sobre su pasado, ver cómo serían aquellos
diálogos de los que tuvieron y retuvieron. Y creo que ahí pasa el
examen con nota. Ahora bien, para mí hay tres obstáculos: 1. Una
novela no puede tener de todo, y ésta tiene barcos, tangos, antros,
burdeles, amores, robos, espías, hoteles de lujo, cócteles, traiciones, cajas fuertes, ajedrez
(y podría seguir...) 2. Las escenas de cama me han parecido de las
peores que he leído en años. Ni os cuento cuando Max se reencuentra
con Mecha y para decir que está muy guapa la describe como “más
cuajada y más hembra” (¿para esto tantos años de darse barniz?).
Y muy especialmente 3: en esta novela los personajes se expresan
continuamente a través de gestos vagos y ademanes amplios que
quieren decir siempre muchas cosas, aunque dudo mucho que lo logren,
si siempre hay que explicar qué quieren decir. Me los imagino
manoteando como helicópteros. No puedes escribir un diálogo y hacer
que la forma en que los personajes mueven las manos sea esencial para
que todo tenga sentido. En fin.
Legible,
entretenida, pero no memorable. Seguro que en unos días Óscar os da una opinión más medida y más entusiasta.
Pdta: me hubiera gustado reservar la entrada número 100 para una novela que me entusiasme, pero se acumulan las lecturas y esa obra no llega... En cualquier caso, un placer haber compartido tantas letras con vosotros. Aquí seguiremos, esperando ese título que me despierte de tal modo que no pueda dejar de decir lo mucho que merece la pena.
Bueno, te ha entretenido un poco, bien bien, no es mala señal.
ResponderEliminarEs cierto que últimamente el señor Arturo se centra excesivamente en los lugares y las cosas que rodean al personaje que el personaje mismo y la historia. En mi opinión fue el gran error de "El Asedio", que me pareció un tostonazo como dije aquí.
Le daré una segunda oportunidad con ésta novela y ya os contaré aunque adelanto que... el tango, los espías, las relaciones frías en blanco y negro mirándose por encima del hombro tipo Casablanca... uff me dan pereza. Ya veremos.
Pues vaya, vaya, creo que se me ha caído un mito y no sé si darle una última oportunidad, porque el Asedio no es un tostón, es lo siguiente.
EliminarEn cuanto a este otro.... humm. Me gustan los libros en los que hay acción y no manoteo. Y soy de las que cree que en el otoño de la vida si hay segundas oportunidades no hay que callarse nada, así que no sé, no sé.