martes, 20 de abril de 2010

Muriel Barbery, Seix Barral, 2010.

Seix Barral relanza esta obra de Barbery que ya estaba en el mercado español publicada bajo el título "Una golosina" (traducción literal del original) por Zendrera Zariquey en 2008.

Leí "La elegancia del erizo" hace unos años y me sorprendió muy gratamente. Me daba pereza por los prejuicios que arrastraba hacia un libro que estábamos vendiendo muy bien. Sin embargo, me pareció original, divertido, profundo y fresco a la vez.

Pese a estar advertida de que mis primeras impresiones con esta autora no son fiables, volví a sufrir esa apatía cuando "Rapsodia Gourmet" llegó a nuestros anaqueles. Uf, su primer libro... uf, con esa ilustración de portada... Sonaba tanto a rescate oportunista de obra menor... Me lo regalaron dedicado por la autora, así que había que leerlo. Lo empecé el domingo y lo acabé el lunes. Y si no me lo bebí entero el mismo día fue porque el cansancio de un intenso fin de semana lo hizo imposible.

Barbery utiliza un lenguaje grandilocuente por el que inicialmente siento rechazo. Son las palabras de un gourmet que, en el lecho de muerte, intenta sin éxito identificar un sabor que le hizo inmensamente feliz. A la vez, los que le rodean reflexionan sobre la relación que mantenían con él. Fue un hombre muy odiado y muy querido, distante y cruel con frecuencia, y dejó una huella profunda en su familia. La alternancia de voces aligera un texto que sólo con la parte culinaria podría haber quedado pesado, aun cuando son los capítulos que más me han gustado.

Pierre Arthens es un genio culinario y un maestro de la palabra, y hace de la descripción un auténtico arte. Si uno creía que con dulce, amargo, salado y ácido se acababa su capacidad expresiva, descubrimos que hay multitud de adjetivos para recrear los alimentos: untuoso, friable, peguntoso, uliginoso... Cuando uno lee esta obra necesita comer, pero no sirve cualquier alimento. El refinamiento se transmite y requerimos exquisiteces. El lector no puede evitar, en su siguiente ingestión, masticar más despacio, buscar los matices, apreciar las texturas, reflexionar sobre ello.

Y es que Pierre Arthens hace de su placer toda una filosofía, y encuentra en el alimento frecuentes descripciones antropológicas: retazos de salvajismo, muestras de decadencia, avances culturales, retos, conquistas... Y su mayor logro es ser capaz de trasmitir su pasión en palabras, pues éstas son para él "receptáculos que recogen una realidad aislada metamorfoseándola en un momento de antología, magas que cambian la faz de la realidad embelleciéndola con el derecho de ser memorable...".

Léanlo, imprescindible. Todo un placer. Luego, si quieren, cenamos juntos.

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