Iván Repila, Seix Barral, 2017.
Seix Barral, una de las editoriales con más músculo, ha
hecho un esfuerzo considerable por dar visibilidad a esta novela en las mesas
de novedades. Iván Repila era hasta ahora un nombre desconocido para mí, pero
el notable apoyo de la editorial, la sugerente portada, que combinada con el
título genera curiosidad aunque no me aclare nada, y las numerosas citas de
periódicos extranjeros (¿no había ninguna de algún crítico nacional para
incluir?) me decidieron a hojearla.
Desde el principio, uno intuye las reglas: un lenguaje muy
cuidado, de metáfora constante y trabajada; una tendencia a explicitar lo
desagradable, a generar incomodidad, a atraer hacia el abismo.
Dos personajes: Emil Zarco, un encumbrado arquitecto que ha
ido medrando en su carrera hasta conseguir el proyecto más ambicioso: la
construcción de un barrio en su propia ciudad. El artista, el creador, el
demiurgo. El Mudo, un habitante de la ciudad que ha renunciado a la palabra
como forma de protesta o de protección. El que ha aprendido a observar, el
caminante, el que ha paseado el entorno hasta hacerlo suyo, viendo lo que nadie
ve. Emil acompañado de su pareja, Oona, de la que se va alejando según el
proceso creativo lo absorbe. El Mudo, acompañado de su perro fiel al que le une
un fuerte lazo, y de Hache, una joven apasionada, al margen de la sociedad
convencional, que lucha por ganar ese sitio que parece que la ciudad no quiere
darle. Emil dibuja y niega y se aísla y destruye. El Mudo está al margen y
camina siguiendo a Oona, que pasea continuamente como forma de alejarse de una
casa que la asfixia. Y Hache se revuelve, conoce gente que se la va uniendo,
protesta, nota la tensión cada vez que se juntan, son una amenaza, cuidado con.
Y cada vez más unos y otros, enfrentados, sin saber quién es cada uno, si tiene
sitio, si está solo, si hay que temerle, cada vez todo más y más oscuro, más
irrespirable, hasta construir un entorno de pesadilla cuyo fin es la
aniquilación del individuo.
Me gusta más el personaje del Mudo que el de Emil, porque a
éste me cuesta entenderlo, pero empatizo bien con el que espera y camina y renuncia.
Me hubiera gustado saber más de Oona, que tenía un potencial que creo que se
deja correr. Y me gustan mucho los párrafos en los que se plasma la tensión de
la ciudad previa al enfrentamiento.
“No era una persona indolente, aunque lo pareciera. Su
corazón, como el de cualquiera, necesitaba dos manos para ser extirpado de su
pecho, pero la vida lo desecó de a poco, lo volvió templado, le llenó los ojos
de plomo, de acero, de titanio. La ciudad asistió a la transformación como un
lector, sin comprender las llagas que escondía debajo de las vendas, sin
ofrecerle más que un lugar donde morir, si se dejaba. Al día siguiente una
excavadora recogería su cadáver y lo amontonaría en la parcela reservada a los
desconocidos que no supo, que no quiso cuidar. Qué hacer con ellos”.
Me ha gustado la novela. Tiene un lenguaje complicado por
acumulación de metáforas, y exige un lector activo, que acepte el juego, que
no pierda la concentración, que encuentre la belleza que late en cada párrafo.
Me parece una novela meritoria y difícil, que encontrará mucho menos público
del que la editorial espera; pero creo que será un público fiel que, como yo,
buscará los textos anteriores del autor, y le seguirá en el futuro.
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