lunes, 6 de febrero de 2017

Prólogo para una guerra

Iván Repila, Seix Barral, 2017.

Seix Barral, una de las editoriales con más músculo, ha hecho un esfuerzo considerable por dar visibilidad a esta novela en las mesas de novedades. Iván Repila era hasta ahora un nombre desconocido para mí, pero el notable apoyo de la editorial, la sugerente portada, que combinada con el título genera curiosidad aunque no me aclare nada, y las numerosas citas de periódicos extranjeros (¿no había ninguna de algún crítico nacional para incluir?) me decidieron a hojearla.
Desde el principio, uno intuye las reglas: un lenguaje muy cuidado, de metáfora constante y trabajada; una tendencia a explicitar lo desagradable, a generar incomodidad, a atraer hacia el abismo.
Dos personajes: Emil Zarco, un encumbrado arquitecto que ha ido medrando en su carrera hasta conseguir el proyecto más ambicioso: la construcción de un barrio en su propia ciudad. El artista, el creador, el demiurgo. El Mudo, un habitante de la ciudad que ha renunciado a la palabra como forma de protesta o de protección. El que ha aprendido a observar, el caminante, el que ha paseado el entorno hasta hacerlo suyo, viendo lo que nadie ve. Emil acompañado de su pareja, Oona, de la que se va alejando según el proceso creativo lo absorbe. El Mudo, acompañado de su perro fiel al que le une un fuerte lazo, y de Hache, una joven apasionada, al margen de la sociedad convencional, que lucha por ganar ese sitio que parece que la ciudad no quiere darle. Emil dibuja y niega y se aísla y destruye. El Mudo está al margen y camina siguiendo a Oona, que pasea continuamente como forma de alejarse de una casa que la asfixia. Y Hache se revuelve, conoce gente que se la va uniendo, protesta, nota la tensión cada vez que se juntan, son una amenaza, cuidado con. Y cada vez más unos y otros, enfrentados, sin saber quién es cada uno, si tiene sitio, si está solo, si hay que temerle, cada vez todo más y más oscuro, más irrespirable, hasta construir un entorno de pesadilla cuyo fin es la aniquilación del individuo.
Me gusta más el personaje del Mudo que el de Emil, porque a éste me cuesta entenderlo, pero empatizo bien con el que espera y camina y renuncia. Me hubiera gustado saber más de Oona, que tenía un potencial que creo que se deja correr. Y me gustan mucho los párrafos en los que se plasma la tensión de la ciudad previa al enfrentamiento.

No era una persona indolente, aunque lo pareciera. Su corazón, como el de cualquiera, necesitaba dos manos para ser extirpado de su pecho, pero la vida lo desecó de a poco, lo volvió templado, le llenó los ojos de plomo, de acero, de titanio. La ciudad asistió a la transformación como un lector, sin comprender las llagas que escondía debajo de las vendas, sin ofrecerle más que un lugar donde morir, si se dejaba. Al día siguiente una excavadora recogería su cadáver y lo amontonaría en la parcela reservada a los desconocidos que no supo, que no quiso cuidar. Qué hacer con ellos”.


Me ha gustado la novela. Tiene un lenguaje complicado por acumulación de metáforas, y exige un lector activo, que acepte el juego, que no pierda la concentración, que encuentre la belleza que late en cada párrafo. Me parece una novela meritoria y difícil, que encontrará mucho menos público del que la editorial espera; pero creo que será un público fiel que, como yo, buscará los textos anteriores del autor, y le seguirá en el futuro.

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