John Connolly, Tusquets, 2005.
Muy negros andamos por estos lares este verano...
Ya reseñamos en esta página (aquí) la primera novela protagonizada
por Charlie Bird Parker, el expolicía
cuya familia es cruelmente asesinada y que busca – y encuentra – al culpable.
Parker pasa a trabajar como detective privado y algunos de los secundarios de
esa primera novela, sus amigos, le siguen ayudando en la segunda (El poder de las tinieblas, más floja,
más oscura, marcada por cierto tono quejumbroso y reiterativo del protagonista)
y también en la tercera, la que ahora nos ocupa, que recupera lo mejor de la
primera: las reflexiones sobre el mal, la posibilidad
–cuestionada- de usar la violencia para hacer justicia, la necesidad de los
débiles de ser ayudados, la pervivencia de las acciones del pasado suspendidas
en el tiempo.
Charlie continúa su proceso de reconstrucción, pero ha
sabido encontrar en su retiro en Maine la paz suficiente para seguir adelante. No
cree en la reparación, pero sí en la expiación; porque el mal existe, yace bajo
tierra, y a veces se producen grietas que le permiten salir a la superficie.
“Aquél fue mi primer vislumbre de la colmena que es
este mundo, mi primera percepción de que el pasado nunca muere realmente sino
que permanece vivo en el presente de una manera extraña y hermosa. Existe una
interconexión entre todas las cosas, un vehículo entre lo que yace enterrado y
lo que vive sobre tierra, una capacidad de mutabilidad que permite que una
buena acción hecha en el presente rectifique un desequilibrio de tiempos
pasados. En definitiva, ésa es la esencia de la justicia: no reparar el pasado
sino, mediante una intervención posterior en la línea del tiempo, restaurar
cierta armonía, cierta posibilidad de equilibrio, para que los vivos puedan
continuar libres de carga y los muertos encuentren la paz en otro mundo”.
Una comunidad religiosa cuyos miembros desaparecen
misteriosamente treinta años atrás. Una mujer que aparentemente se ha
suicidado, aunque su familia piensa que no ha sido así. Un millonario con un
secreto y un asesino que recurre a arañas e insectos para perpetrar sus
crímenes. Escalofriante. Y, una vez más, merece la pena. Connolly, señores, es de los buenos. No lo dejen pasar.
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