La piel dorada, Carla Montero, Plaza y
Janés, 2014
Claro, como me gustó mucho La tabla esmeralda decidí darle su
tiempo a La piel dorada, y la verdad
es que lo nuevo de Carla Montero me ha defraudado un poco.
Si en el anterior había coherencia en
los hechos históricos, trama bien estructurada y una línea argumental sólida,
en La piel dorada lo primero que me
falla es la concordancia entre los acontecimientos que plantea y el espacio
temporal en el que los enmarca, además del modus operandi, más propio de la
actualidad que de los primeros años del siglo.
La historia parece nacer frente a un
cuadro del Museo del Prado, según palabras de la autora, y narra una serie de
asesinatos en cadena que Karl Shlackman debe investigar y que, de una manera un
tanto forzada, hay que enlazar con Inés, amante de uno de los mejores pintores
de Viena, que como mínimo es intrigante y escurridiza.
Hugo, amigo de Karl, mujeriego de
profesión y con una incomprensible tendencia a meterse en líos, acapara todas
las miradas bajo la excusa de su vida disoluta.
Y hasta aquí íbamos bien. Pero hay una
especie de ambiente de alucinación, esotérico, fantástico, ilusorio, con
situaciones decadentes y espirales narrativas que me dan la sensación de
ocultar una falta clara de consistencia en la base de la historia y de querer
disfrazar las carencias.
Con estos ingredientes y el precedente
del libro anterior me parece que no ha sabido sacarle partido y el resultado es
mediocre (siendo generosa).
No sé no sé…
Por cierto, el título no sé si refleja
lo que es el libro en sí. Posiblemente si yo fuera la autora habría elegido
cualquier otro, y posiblemente por eso no soy ni seré nunca escritora.
Virginia
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