viernes, 7 de octubre de 2011

Las voces del Pamano

Jaume Cabré, editorial Destino, 2007.


Silencio. Años que pasan, muertos que se acumulan y heridas que no se cierran.

Una ceremonia de beatificación en el Vaticano. Una profesora que prepara un libro sobre la historia de las escuelas rurales y encuentra por azar un cuaderno manuscrito: una larga carta de un maestro hacia su hija, cuarenta años atrás. Un secreto y una doble vida.

El pueblo de Torena, en el valle del Pallars, en Lleida. Allí conocemos al alcalde falangista, al maestro, a la señora de la familia más rica. Es la inmediata posguerra, en muchas casas lloran a sus muertos y aprietan los dientes cuando tienen que mirar hacia los verdugos, que viven en la calle de enfrente. Nadie olvida, los años pasan, las venganzas se suceden y cada vez hay más muertos y más rencor.

Esta es una novela larga, construida sobre al superposición de distintos planos temporales que nos explican el futuro y el pasado de cada personaje. Nos habla de fidelidades y de traiciones, de venganzas y rencores, de crueldades, de héroes, de mártires. De poder, de estrategia, de dinero. De vencedores y vencidos. Del recuerdo y el poder de la memoria. De manipulación. De los que consiguen los que quieren y los que se quedan por el camino: “nunca dejes de hacer lo que tienes que hacer si crees que tienes que hacerlo”.

A mí me ha gustado bastante. Es una novela absorbente, muy poblada, con un par de puntos álgidos que realmente me han sorprendido. Me quedo con la fascinación que es capaz de ejercer Elisenda, auténtico motor de todo lo que consigue; y sobre todo, con los Serrallac, padre e hijo, que evolucionan la figura del enterrador filósofo y la transforman en artista. Para mí, la confesión de Elisenda con su tío fue de esos impactos que te hacen cerrar el libro y pensar “no me lo puedo creer”. Ya me contaréis qué parte os ha gustado más.

“¿Sabes, hijo? Los cementerios de los pueblos pequeñitos siempre me han recordado a las fotos de familia: todo el mundo se conoce y está quietecito, uno junto al otro para siempre, cada cual mirando hacia su sueño. Y con los odios desorientados por tanta quietud”. (p. 599).

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